martes, 16 de noviembre de 2010

ESCENAS - Alejandra Kurchan

El Beso Degollado

Podría uno pensar que el beso es llevado al patíbulo, que aligerado de sus labios es el gesto del labio el que será vacío. Que a falta de otro gesto, el gesto se desarma. Que el beso muere, se resucita, se produce, se empecina.

También podría el beso deshacerse en sus arribos. Llorar de a poco por el labio no nacido.

¿Dónde se inscribiría el no, sino en el cuerpo mismo de lo afirmado?

Lo neutro, la dilatación de una superficie, la jerarquía de mandatos, la obviedad necesaria.

El organismo que todo lo puede y nada. La supremacía del hombre puesto sobre licores, vendimias y dilaciones. Ha pensado la negación como una espera, una tachadura, un contrario; sin embargo nunca hubo un no que fuera tan un si. Garantías de presencias y afirmaciones.

El no conserva todavía su estado de latencia. El no, sería, en tal caso, una larva, un capullo en origen.

Miles de palabras clavadas como fórceps. Calvarios y metamorfosis de presencias. La versión máxima de un opuesto, un hito de confirmación, un ceremonial.

¿Qué sería el no sino la voz de la misma afirmación?

Entonces sí, como si el hombre sucediera y los actos se desplazaran fuera del día. La realidad del espasmo, de la contorsión que identifica la caída. Acumulación de signos y señales que hacen de la caída un lugar de indiferencia.

Caída libre en el juego de los espacios. Cuerpo de lo irreversible, del límite, de la conmoción y el aislamiento. Lugar de la inflamación. Lugar del pudor ante el día sucedido. Suceder como singular mientras el cuerpo mismo se inscribe como grafo en esa otra caligrafía; mientras el cuerpo mismo se presenta irregular e irreversible, químico y expuesto, inestable, y a la vez, único en el epígrafe de lo acontecido.

Inflamación de la mirada sobre las uvas que flotan en la superficie de un barril y en el espejismo de un dios en su odisea. Inflamación de la membrana, de la uva, del dios. Inflamación de la conciencia en la que el hombre trata de observarse como hombre.

Le sucede el tiempo; y le seduce su conciencia. Le seduce el acto por el que abandonará la idea de la idea. Sobre el cuerpo pasa el tiempo, y el hombre sube la escalera golpeando el taco sobre el piso, un campanario lo espera al descubierto.

Liberado de la muerte el hombre ya no quiere sus campanas, no le hace falta su golpe de certeza, ni su ubicación precisa en los entierros. Fundación del golpe que demolerá por siempre su condición de espera. El hombre, en su jardín, cultivando de la muerte los encierros, cultivando su amnesia, su flagelo de verse en el espejo sin respuesta. Y el hombre sucede como ausente, y no ve en la imagen más que ese otro Otro que lo espera. Descansa el hombre sobre la idea de su tiempo.

El hombre jugando con su otro, con su frecuencia de vigilias, con sus campanas, con su alteración y su equilibrio. El hombre sobre la escalera, esperando llegar al campanario. Y la campana que suena, que se hace hombre jalando de la cuerda, que señala la posición del campanario. Y el hombre que sube la escalera, que golpea el taco sobre la cuerda, que sube la escalera todavía, que el campanario se le aleja, que resuena la campana, y el hombre que sube, atraído por ese otro arriba que lo absorbe, y sube, en los escombros, con su jalón de uvas, en el capricho de demorar al dios en su universo.

La escalera, en el hombre, se desviste de su forma. Se desviste de su ascenso y sus abajos.

Le sucede entonces el espacio en el que la nada y la escalera se realizan. La nada manifiesta. La mujer. La nada realizada, la nada sobrepasada en el suceso. El hombre, en acto, en la escalera, con su mujer de cuerdas y silencios.

Extrañeza del acto en la aparición del suceso. Encarnarlo como una formulación del tiempo. Como una pretensión, un descreimiento del acto, una fascinación de la escena. Hechizo de la muerte sobre la mujer vacía y blanca. Hechizo del sentido. Hechizo de la materialidad y la seducción de las esporas.

Resonancias del cuerpo sobre el cuerpo. Cuerpo distanciado, cuerpo afectado en el suceso.

La relación del tiempo con el tiempo. Tiempo distorsionado y detenido; tiempo extraviado. Parámetros de esa otra liquidación del tiempo: Tiempo asesinado.

Combustión del suceso en la inaprehensión del hecho. Impregnación de la escena. Escena desdoblada. Colocación del espacio donde el cuerpo destruye al cuerpo que lo contiene como espacio. Cuerpo que es tiempo, pero tiempo desdoblado.

El hombre, sobre sus uvas, sucediendo en el acto vacío de la forma.

Saber qué cosa es la que habla. Qué cosa es oculta y obvia. Qué es manifiesto y de continuo en la sucesión de las escolleras y los muros, en la sucesión de los andenes y los puertos, en las terminales y desembocaduras de un acto que no le pertenece pero que es suyo a fuerza de testigos. ¿Qué cosa es presente en la presencia, que como un delator, lo obligaba a la impostura y a la saturación de lo secreto?

Tal vez el titular o el habla con el que dibuja los objetos. Tal vez el espacio vacío o la alteración del cuerpo cuando dice la negación en la campana.

Decirse hombre, calendario, objeto; decirse acuerdo, negación, huida; decirse combustión, vértigo, desmayo.

Lo humano ha dejado de ser un ser compacto, ya no le pertenece su unidad de tiempo ni su ubicación temprana en los estadios. No le pertenece su relato. El cuerpo es una cuerda tensada en el lenguaje.

Lo humano se ha enamorado de lo inhumano. Se ha enamorado de lo perdido. Se ha enamorado en la obsesión de lo completo, en la obsesión de la marcha en el universo; obsesión de los ángeles jugando al cielo con fantasmas.

Los fantasmas, ya sin huesos ni carne que exuden una culpa, miden sus temperaturas en la cumbre más alta

Y serán los cuervos, al fin, sin fin, los que divulguen su matanza.

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